Alcanzar el “sueño americano” para mexicanos que parten a Estados Unidos de manera irregular se ha vuelto una tarea más complicada que en el pasado, incluso imposible. Si bien la pandemia por coronavirus provocó la necesidad de mano de obra en aquel país, las leyes estadounidenses se volvieron más estrictas, se cerraron oportunidades de empleo para personas sin documentos y se intensificaron las deportaciones.
Cuatro poblanos exitosos que decidieron ir al vecino país para encontrar un mejor porvenir comparten sus historias con El Sol de Puebla. Narran la manera en que consiguieron ganarse la vida y hacerse de un patrimonio en Estados Unidos y coinciden en que, si las condiciones económicas y de trabajo fuesen distintas en México, empezando por un buen salario, la migración irregular no ocurriría.
De la misma firma, indican que, al igual que acá, en ese país, donde ellos viven, cuenta mucho la preparación académica para cumplir los sueños con los que llegan a establecerse.
“Costó, pero se logró”, es como expresa Norberta Díaz su largo caminar como migrante en Estados Unidos, luego de haber llegado hace 36 años para encontrar una vida mejor, pues en Puebla las carencias económicas y dificultades para encontrar un empleo al ser madre soltera la hicieron buscar el sueño americano. Hoy cuenta con un patrimonio que logró conseguir a base de esfuerzos y sacrificios.
Ella es parte de la lista de más de un millón de poblanos que viven en este país, según las cifras del Centro Latinoamericano de Impulso a las Comunidades, organización mexicana que se encarga de apoyar a los migrantes. De acuerdo con los datos dados a conocer a esta casa editorial, cada año llegan cientos de ciudadanos de Puebla que buscan tener mejores oportunidades en Nueva York, California y Nueva Jersey, principalmente.
Con tan solo 22 años de edad y con dos pequeños, Norberta tomó la decisión más impactante de su vida, dejar su lugar natal, Izúcar de Matamoros, Puebla, para trabajar con los “gringos”, con el objetivo de darle un mejor futuro a sus hijos de apenas cuatro y tres años de edad.
Su única experiencia en ese entonces era ser mesera, pues en su tiempo viviendo en la entidad poblana trabajó en una reconocida cadena de restaurantes de comida, por lo que aun con ello y consciente de lo que significaba dejar a su familia, no dudó en aventurarse hasta llegar a Estados Unidos.
De forma indocumentada, Norberta logró su objetivo y lo primordial que pensó fue encontrar un trabajo para poder sobrevivir en un lugar en el que no tenía familia, amigos o conocidos.
Un máximo de 15 dólares diarios fue lo que le ofrecieron en su primer trabajo como mesera en un restaurante puertorriqueño, el cual fue una ventaja, pues no sabía hablar inglés. Poco a poco encontró un sitio seguro para vivir, la manera de que sus hijos fueran a la escuela y alguien que los cuidara, ya que su jornada laboral era de las 15:00 horas hasta la madrugada.
“Para mí era muy difícil salir adelante en México con dos niños pequeños, desafortunadamente la familia no te ayuda, porque es una carga. Tenía que ver una manera de sacar adelante a mis muchachos (…) apenas llegué a Estados Unidos y me puse a buscar trabajo, cuando lo encontré acepté un sueldo bajo, peor era nada”, menciona.
Cuando pareció que todo iba “agarrando” un buen rumbo se enfrentó a la discriminación por ser inmigrante, ya que no saber inglés y no tener “papeles” la hicieron víctima de una explotación laboral, poca paga y diversas humillaciones. Fue así que buscó la ayuda de un abogado, que en ese momento le cobraba muy caro para poder legalizarla.
Lo anterior la hizo detener sus planes, sin embargo, más que ganas de ser ciudadana americana, tenía el deseo de salir adelante, por ello es que comenzó los trámites luego de ahorrar.
En ese lapso encontró a su actual esposo, quien también pasaba por la misma situación, al ayudarse fue que no solo consiguieron ser ciudadanos estadounidenses, sino también formar una familia más grande, ya que llegaron dos hijos más.
Nunca dejó de trabajar por completo y aunque asegura que fue difícil, no se arrepiente de haberlo hecho, debido a que encontró un empleo en una tienda departamental, con un mejor salario y horario, además de otros beneficios, los que solo fueron posibles gracias a su residencia permanente (Green Card).
A sus 58 años de edad, menciona que la decisión que tomó hace 36 años fue la mejor, ya que pudo ayudar a su familia en Izúcar de Matamoros, y al mismo tiempo lograr que sus hijos tuvieran un mejor futuro. Incluso, con orgullo puede decir que tiene una casa y que no cuenta con lujos, sí tiene una vida estable.
Luego de toda esta travesía se convirtió en activista, con lo que promovió la cultura mexicana en las alcaldías, logró la celebración del 5 de Mayo y ayuda a aquellos migrantes que llegan en busca del sueño americano.
“Para mí son logros muy importantes, me dieron varios reconocimientos importantes, tuve una relación muy buena con el consulado mexicano y ahora soy residente legal”, indica.